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Turismo Buenos Aires | fantasma |

El pueblo fantasma en Buenos Aires que tiene un solo habitante con un almacén que resistió el paso del tiempo

A 502 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, esconde un pueblo con un solo habitante y su emblemático almacén de ramos generales.

Ubicado en las márgenes serranas, a 502 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires y 55 de Coronel Suárez, se encuentra Quiñihual. Este pequeño pueblo, fundado en 1910 como una parada clave del ramal ferroviario Rosario-Puerto Belgrano, lleva un nombre cargado de simbolismo.

En lengua mapuche, "Quiñihual" significa "único roble", en honor al cacique que lideró a su tribu contra el Ejército Argentino en la Conquista del Desierto.

Un rincón olvidado de Buenos Aires que revive gracias a un almacén histórico

A mediados del siglo XX, Quiñihual alcanzó los 730 habitantes, pero el cierre del tren en 1994 marcó el inicio de su declive. La población se fue extinguiendo a medida que los viajes en tren empezaron a disminuir, dos décadas después. Hoy, Pedro Meier, un hombre que llegó a este rincón con su familia a los 7 años, es su único habitante.

El almacén de ramos generales de Pedro, inaugurado por su familia en 1964, es el corazón del pueblo. Con más de 130 años de historia, este lugar no solo ofrece provisiones, sino que también funciona como punto de encuentro para turistas y trabajadores rurales de las estancias vecinas.

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Meier abre sus puertas todas las tardes y, a pesar de la soledad, asegura que la rutina se mantiene viva. El vecino más próximo está a 5 km de su casa.

Un rincón turístico inesperado

A pesar de su soledad, Pedro y su almacén atraen cada vez más visitantes. Ciclistas, motociclistas y turistas curiosos hacen escala en este paraje histórico, ubicado cerca de la ruta 76, para conocer su historia y disfrutar de la experiencia de visitar una pulpería auténtica.

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Pedro relata con humor cómo vivió el último Mundial de fútbol solo, acompañado por sus perros y gracias a un generador eléctrico. "Lo más gracioso que cuando gritaba los goles, los perros ladraban sin entender qué pasaba", cuenta. Después del partido, volvió al silencio habitual del pueblo, interrumpido solo por algún baqueano que pasa en su camioneta.

FUENTE: Noticias Argentinas