Cuando Natalia Alfonso y Raúl Dalinger se conocieron, ella tenía 14 años y él 17. Haciendo trabajo social en una copa de leche se enamoraron. Desde el principio sentían una fuerza superior que los impulsaba al servicio.
Raúl había vivido situaciones de pobreza cuando su padre estuvo sin trabajo y gente amiga o de la Iglesia les traía comida. “Esta experiencia me marcó y quise ayudar a otros a estar mejor”, recuerda con alegría.
La semilla de la Fundación Mundo Pequeño se plantó en sus corazones visitando cárceles federales como voluntarios. En una charla, un preso les dice: “Hice todo mal y estoy pagando por ello, pero la realidad es que cuando tenía 8 años, mi familia viajó desde Bahía Blanca y en la terminal de Retiro, me abandonó. Empecé a delinquir, a drogarme y a sobrevivir como podía”.
Luego, pronunció una frase que abrió un camino nuevo: “Nadie me dio una opción para elegir”. Raúl se preguntó: ¿Quién puede juzgar a alguien que desde niño tuvo que sobrevivir como pudo? Esa misma noche, la pareja de adolescentes, empezó a escribir el proyecto de lo que hoy es una fundación modelo en nuestra ciudad.
En aquel entonces, las ideas superaban sus posibilidades reales, pero allí se dirigían.
Pensar, soñar y actuar
La vida siguió su curso y ambos se desarrollaron en sus funciones, Natalia como contadora en una empresa y Raúl en el comercio, como vendedor y viajante. Se casaron y tuvieron tres hijos.
“Crecimos juntos y el proyecto también. Hizo falta levantarnos todos los días y decirnos: 'Creo que puedo lograr esto y voy por ello'. La experiencia en las cárceles nos mostró una cruel realidad, estos chicos ya arruinaron su vida o la de alguien, debíamos trabajar para evitarlo y empezamos a enfocarnos en la niñez” afirma Naty.
Para Raúl, “la mejor rebeldía que un hombre puede tener es con uno mismo, entonces nos dijimos: lleguemos antes y hagamos algo que impacte realmente en sus vidas, que no sea un proyecto más”.
Comenzaron con muy poco en el suroeste de la ciudad, más precisamente en la calle Juan Díaz de Solís 1854. Llamaron a la institución “Mundo Pequeño”, porque no podían cambiar el mundo, pero sí una pequeña parte. “Acá no hay lenguaje violento, ni necesidades; acá soñamos y estudiamos. Tenemos una cultura, un gobierno y una justicia distinta. Ese es nuestro espíritu”.
“Llevamos 19 años de servicio y en los primeros sembramos con lágrimas. Nos frustraba que los chicos volvieran a delinquir y a drogarse. Me planteaba si valía la pena tanto esfuerzo. Entregábamos nuestro tiempo y recursos y queríamos ver los frutos. En un momento levantamos la vara y dijimos: 'Lo importante no es tener más aulas, sino llegar al corazón'. Fuimos más hondo en el vínculo, nos sentamos a escucharlos y todo cambió. Pensamos, si hacemos bien nuestro trabajo, los chicos de este grupo van a ser los próximos líderes y voluntarios. Actualmente, el 90 % del equipo son personas del barrio con sus historias transformadas”.
Uno de ellos es Germán, quien empezó vendiendo ropa en ferias y aconsejado por la pareja fue tomando decisiones inteligentes. Hoy tiene dos locales en puntos neurálgicos de la ciudad. Diariamente, estaciona su auto de alta gama en la fundación, dando un importante mensaje a sus pares: que se puede llegar trabajando honestamente.
Enseñarles otro camino
La realidad es que ocho de cada diez niños vive en situación de pobreza y cuando esto se normaliza, mueren esperanzas, sueños y proyectos. Para Raúl la historia de Germán “tiene que abrir un camino que muchos puedan ver, pero hay que trabajar en una restauración integral de los niños. Argentina es tierra de oportunidad, las universidades son gratis y alguien que labura bien en algún rubro, puede ganar dinero. El objetivo nuestro es que ellos lo vean. Una dificultad que se nos presenta es explicarles otra realidad si nunca han salido del barrio”. Para ello, la Fundación lleva a los grupos en Navidad a conocer el mar, “eso les despierta las ganas de viajar y ver otras cosas”, agrega Naty.
Esta labor es la vida de Raúl, a tal punto que desde hace 4 años se dedica a dirigir la Fundación. “Durante 15 años fue un voluntariado, lo cual me llenaba de orgullo, pero creció y hoy requiere de todo mi tiempo”.
Si bien la Fundación se sostiene gracias a donaciones privadas y al aporte del Estado, muchas son de los que menos tienen. “Es gratificante ver que hay personas que no te dan lo que les sobra, sino lo que poseen. A veces solamente un abrazo, una palabra, un dibujito, creatividad, tiempo. Solemos hacer actividades con los chicos porque no queremos que crean que vienen solamente a recibir. Lo mejor que les puede pasar es entender que es mejor dar. Para ello, dos veces al año, repartimos alimentos y abrigo a gente en situación de calle. En una ocasión, uno de nuestros niños quería hablar con el señor a quien le entregaría un alfajor, una frazada y una taza de café. Se acerca y le dice: «Nos falta para comer, pero hoy venimos a darte a vos». Esa acción tiene mucha fuerza y a la larga a ese chico en la vida, le termina yendo bien. Hoy es uno de nuestros profes”.
“Vemos una gran sensibilidad social en la gente que sufrió hambre; no hablan desde el prejuicio, ni se preguntan de quién es la culpa; solo entienden y actúan. Cuando alguien recibe alimentos, llama a su gente para compartirlos. Con ellos aprendemos un montón”, señalan conmovidos.
Raúl reconoce haber eliminado de su mente muchos prejuicios, “antes creía que el que no trabajaba era porque no quería. Si bien hay en el barrio mucha gente que comete errores, están también llenos de valores. Son personas genuinas, generosas, apasionadas, se protegen como familia y trabajan como comunidad”.
El amor: la herramienta más poderosa
La joven pareja se siente permanentemente acompañada por Dios en esta tarea: “Vemos las señales constantemente. Todo lo que sucede es mágico, en ocasiones se acaban los recursos y alguien llama con donaciones de aquello que justo necesitamos. Hay personas que sienten mucha paz cuando llegan, es ese espíritu de amor que está entre nosotros y hace la diferencia.
Aquí asisten diariamente 360 niños, les damos de comer, cuidamos su salud y los hacemos terminar la escuela, pero lo que los transforma realmente es la magia del amor que los mueve y estimula”.
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