Este 20 de marzo se cumplen cinco años desde que se declaró la cuarentena en la Argentina y transformó la vida de millones de personas. AIRE reunió cinco historias que recuerdan lo que se vivió.
Este 20 de marzo se cumplen cinco años desde que se declaró la cuarentena en la Argentina y transformó la vida de millones de personas. AIRE reunió cinco historias que recuerdan lo que se vivió.
ROMINA ELIZALDE
Covid-19, pandemia, aislamiento, cuarentena. Palabras que quedaron grabadas en la memoria colectiva y definieron una etapa de miedo, incertidumbre y pérdidas. El mundo se detenía mientras el virus avanzaba, cerraba fronteras y alteraba cada aspecto de la vida cotidiana.
"Me preguntan por coronavirus y tengo que reconocer que hoy en Argentina me preocupa más el dengue", decía el exministro de Salud, Ginés González García, el 5 de febrero de 2020. Pero lo que parecía un problema ajeno no tardó en llegar.
El 19 de marzo, el presidente Alberto Fernández anunció la primera fase del aislamiento social obligatorio que comenzó el 20 de marzo. La decisión buscaba contener el virus, pero la incertidumbre crecía. “Una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más”, dijo el mandatario, en una frase que quedó marcada en la historia.
Lo que se pensó como una medida temporal se convirtió en una rutina forzada. El puño reemplazó al abrazo, el barbijo se volvió indispensable y el mate dejó de circular entre amigos. La virtualidad se impuso como la única forma de mantener el contacto.
Los aplausos desde los balcones homenajearon a los trabajadores de la salud, los verdaderos héroes de una batalla desigual. Pero a medida que el confinamiento se extendía, también lo hacía el número de víctimas. Las despedidas quedaron pendientes, los funerales se hicieron en soledad y el duelo se volvió un proceso silencioso e inconcluso.
En 2021, Argentina registró 432.224 fallecimientos por diversas causas, y 84.698 fueron por Covid. Según las estadísticas del Ministerio de Salud, el virus fue la principal causa de muerte entre los 25 y 74 años y la segunda en mayores de 75.
Este 19 de marzo se cumplen cinco años desde que se declaró la cuarentena en la Argentina y transformó la vida de millones. En ese contexto, AIRE reúne cinco historias con distintos matices que reflejan, en parte, lo que se vivió en aquellos años: la lucha de los trabajadores de la salud, el esfuerzo de docentes en contextos adversos, la resiliencia de quienes reinventaron su sustento, el impacto en la salud mental y el duelo de quienes no pudieron despedir a sus seres queridos.
Cinco relatos para no olvidar. Porque la pandemia y el aislamiento dejaron cicatrices, pero también enseñanzas que siguen marcando nuestro presente.
A cinco años del día que se declaró la cuarentena por Covid -19, los efectos de la crisis sanitaria global continúan resonando. En diálogo con AIRE, el doctor Martín Mailo, neumólogo y alergista, evaluó el impacto tanto social, sanitario y científico que dejó el coronavirus.
En 2022, el especialista santafesino formó parte de un estudio internacional que permitió reducir en un 40% la mortalidad de pacientes con Covid en Santa Fe, y reflexiona sobre los aprendizajes que dejó la pandemia.
"La pandemia nos dejó de todo. Fue un cambio de paradigma en la medicina y en la aplicación de la ciencia", afirma Mailo.
La emergencia sanitaria generó la necesidad de desarrollar redes de investigación y colaboración a nivel mundial, lo que permitió traer a Santa Fe un estudio del Instituto de Salud de los Estados Unidos en conjunto con la Universidad de Duke.
La investigación involucró a 65 pacientes y resultó en la publicación de múltiples estudios en revistas internacionales, validando tratamientos que hoy están aprobados en Estados Unidos.
En cuanto al impacto social, Mailo reconoce que la pandemia alteró hábitos y costumbres. "Es entendible que, después de tanto miedo y encierro, la gente se haya relajado. Pero el respeto por el problema y por los demás debe seguir vigente", advierte.
Aunque el virus ya no es una amenaza letal para la mayoría, las personas con comorbilidades siguen estando en riesgo. "Vacunarse sigue siendo necesario, y el autocuidado es clave para proteger a los más vulnerables", sostiene el especialista.
Mailo destaca que algunos cambios de hábitos persisten, como el menor uso compartido del mate en Argentina. "No porque se mire al otro con desconfianza, sino porque algunos se acostumbraron a nuevos hábitos más cuidados", señala.
En el ámbito sanitario, Santa Fe fue una de las provincias que rápidamente se adaptó a la crisis, disponiendo recursos y generando redes de trabajo efectivas. "Hoy tenemos equipos entrenados, recursos disponibles y un camino ya allanado para responder ante futuras pandemias", afirma Mailo.
Durante la emergencia, el hospital José María Cullen fue uno de los pocos centros del país con equipos ECMO, utilizados para tratar pacientes en estado crítico extremo. Actualmente, Argentina cuenta con más de 20 de estos dispositivos, un avance directo de la experiencia adquirida.
El legado de la pandemia también se traduce en formación médica: profesionales santafesinos han llevado sus conocimientos a otros centros de alta complejidad en el país y el extranjero. "La capacidad instalada, tanto en infraestructura como en personal, es una fortaleza que nos deja mejor preparados para el futuro", concluye Mailo.
Más allá de los avances en investigación y tratamiento, la pandemia dejó cicatrices profundas en la sociedad. "Uno pierde la referencia de lo que vivimos en ese momento, pero el objetivo era claro: contener la crisis y salvar vidas", dice el especialista.
Sin embargo, reconoce que el miedo también tuvo su costo emocional. "Pasamos por un comportamiento similar al de una guerra: el miedo, la incertidumbre, la pérdida de seres queridos. Es comprensible que, al terminar, muchos quisieran disfrutar y dejar atrás el recuerdo".
A pesar de la relajación social, Mailo insiste en que la prevención sigue siendo clave. "Todavía hay muertes por Covid, aunque en menor medida. No podemos olvidar que sigue existiendo y que hay personas en riesgo". Para él, el mayor aprendizaje es el respeto hacia los demás. "No se trata solo de protegerse uno mismo, sino de cuidar al otro".
El especialista enfatiza que, si bien el Covid-19 marcó un antes y un después, la experiencia acumulada ha dejado un sistema de salud más fortalecido. "Hoy tenemos redes activas, estudios en marcha y la capacidad de responder rápidamente si volviera a ocurrir". Santa Fe, en particular, se consolidó como un referente en el país, con hospitales mejor equipados y personal capacitado para atender crisis sanitarias.
A modo de balance, Mailo realiza un llamado a la memoria y la responsabilidad. "No estamos exentos de que esto vuelva a pasar. Pero ahora sabemos cómo enfrentarlo".
Entre las innumerables historias que emergieron durante la cuarentena, la de Rubén Pernuzzi destaca por su capacidad de transformación. A finales de 2020, Rubén, entonces con 41 años y miembro del servicio penitenciario desde hacía dos décadas, contrajo el virus. Su pasión por el rugby, deporte que practicó y entrenó toda su vida, contrastaba con su condición física en ese momento: pesaba casi 200 kilos.
Los primeros síntomas aparecieron el 28 de diciembre de 2020. Tras una breve internación en Coronda, fue enviado a su casa con antibióticos y paracetamol. Sin embargo, la fiebre persistente y la dificultad para respirar lo llevaron de nuevo a consulta, en ese momento le diagnosticaron neumonía bilateral. Su estado se deterioró y fue trasladado al hospital Iturraspe en Santa Fe.
Durante su internación, Rubén enfrentó momentos de profunda angustia. La pérdida de su suegro a causa del Covid-19 el 6 de enero de 2021 intensificó sus temores. En terapia intensiva, un médico le dijo con franqueza: "Mirá, gordo, con tu forma de cuerpo, de 10 personas que internamos así, 7 se mueren".
Esa cruda estadística lo hizo pensar que su vida estaba llegando a su fin.
En medio de la soledad y el miedo, Rubén tuvo un sueño recurrente que le brindó consuelo. Adrián, un amigo fallecido años atrás en un accidente, se le aparecía para hacerlo reír y asegurarle: "No te vas a morir". Al despertar, esas palabras resonaban en su mente, dándole fuerzas para seguir luchando.
Tras casi dos meses de internación, Rubén recibió el alta. La experiencia límite que vivió lo llevó a replantearse su vida. Decidió que debía cambiar para poder ver crecer a sus hijos, Francesca y Fabricio, de 15 y 12 años respectivamente.
Con una determinación férrea, inició un proceso de transformación que lo llevó a perder más de 100 kilos en dos años. Volvió a entrenar y, contra todo pronóstico, regresó a las canchas de rugby después de más de una década.
La pandemia dejó cicatrices profundas en la sociedad santafesina. Desde aquel primer caso en marzo de 2020, la provincia implementó medidas estrictas para contener el virus, incluyendo el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) decretado el 20 de marzo de 2020.
Los hospitales se adaptaron para enfrentar la emergencia sanitaria, y la comunidad debió acostumbrarse a una nueva normalidad llena de incertidumbres.
Hoy, cinco años después, historias como la de Rubén recuerdan la importancia de la resiliencia y la capacidad humana para reinventarse en medio de la adversidad. Su mensaje es claro: nunca bajar los brazos y siempre avanzar, sin importar cuán oscuro sea el camino.
Agosto de 2020. La pandemia ya había paralizado el país y las incertidumbres económicas golpeaban cada hogar. En la casa de Carolina Maldonado, la preocupación era tangible. Su esposo, técnico en refrigeración, había visto su trabajo desaparecer de un día para otro. Sin ingresos y con pocos ahorros, la pregunta era inevitable: “¿Y ahora qué hacemos?”.
La respuesta llegó en forma de un garaje abierto y unos pocos cajones de frutas y verduras. La propuesta fue de su esposo, pero Carolina dudaba. “Era lo único que teníamos. Si no funcionaba, ¿qué hacíamos?”, recuerda. Pero la necesidad superó el miedo, y así, con una simple mesa y el portón abierto, nació su verdulería.
En el corazón de barrio Roma, donde la mayoría de los vecinos son personas mayores, el pequeño negocio no solo se convirtió en su salvación económica, sino en una solución para muchos que temían salir a comprar en plena crisis sanitaria.
Carolina y su esposo se encargaban de traer la mercadería y atender a quienes se acercaban. “Fue bueno para nosotros, pero también para ellos”, cuenta.
Hoy, cinco años después, el garaje es un negocio consolidado. La improvisación dio paso a una vidriera, una puerta, pisos nuevos y estanterías repletas. La verdulería se expandió e incorporó productos de dietética, algo de almacén y hasta los mates que vende su hija, quien trabaja con ella mientras estudia. “Se fue surtiendo. Ahora hay un poquito de todo”, dice con orgullo.
Pero el cambio no fue solo económico. Carolina descubrió capacidades que no sabía que tenía. Manejar proveedores, hacer cuentas, atender al público y hasta inscribirse formalmente como comerciante. “Me di cuenta de que puedo. Me impulsó, me dio vida”, confiesa.
El miedo de aquellos días no se olvida. “Era como vivir una película. Todo paralizado, el temor de enfermarse, de escuchar sobre gente que moría”, recuerda. Pero eso no la detuvo. Se arriesgó y ganó.
Su mensaje para quienes dudan es claro: “Siempre hay una salida. Siempre hay algo para hacer. Hay que animarse. Y si no sale, se intenta otra cosa. Pero lo peor es quedarse quieto”.
Lo que empezó como una solución desesperada, hoy es su sustento y su mayor orgullo. Y aquella Carolina que dudaba, hoy sabe que siempre hay oportunidades, solo hay que atreverse a tomarlas.
Cuando la cuarentena golpeó en 2020, las escuelas no solo cerraron sus puertas, sino que también se convirtieron en lugares de contención para miles de familias que dependían de ellas para mucho más que la educación.
Carolina Meriggiola, docente y directora de la Escuela N° 21 Pedro de Vega en ese entonces, vivió en carne propia la transformación de la escuela en un espacio de resistencia.
“Nuestra función esencial fue continuar nuestra labor como garantes de derechos a infancias vulneradas, pero esta vez, en un escenario inédito, sin precedentes en la historia de la educación donde estas vulnerabilidades se vieron más recrudecidas que nunca.”, recuerda Carolina.
En un contexto vulnerable, donde muchas familias dependían de la copa de leche y el almuerzo escolar, la suspensión de las clases presenciales implicaba un riesgo aún mayor: la desnutrición. Con un equipo docente comprometido, organizaron la distribución de bolsones de comida. Pegaban carteles en la puerta de la escuela para informar a las familias cuándo podían retirarlos, y junto a los alimentos, entregaban fotocopias con actividades escolares para que los niños pudieran seguir aprendiendo en casa.
Pero el mayor obstáculo no fue la distribución de comida o materiales, sino la falta de conectividad. “Muchos de nuestros alumnos no tenían internet, ni siquiera una mesa donde sentarse a hacer la tarea”, relata Carolina.
En medio de la incertidumbre, los docentes usaron WhatsApp para comunicarse con los padres, enviando indicaciones y respondiendo dudas. Sin embargo, sabían que eso no alcanzaba. “Pedimos que el barrio tuviera acceso a internet. Solo con eso ya hubiera habido una diferencia enorme en la educación de esos chicos”, lamenta.
A pesar de las dificultades, la comunidad educativa no bajó los brazos. Se organizaron campañas de abrigo para el invierno, los docentes se convirtieron en nexos esenciales entre las familias y la escuela, y las mamás se acercaban a ayudar en lo que hiciera falta.
“Jamás imaginé trabajar al lado de tantos titanes”, dice Carolina con orgullo. La pandemia redefinió la tarea docente: ya no solo era enseñar, sino también alimentar, sostener y acompañar.
“Como comunidad educativa, logramos articular un sólido equipo de trabajo cuyos pilares esenciales fueron la fuerza arrolladora del amor, la solidaridad y el cuidado de nuestros niños. Fue una labor colaborativa que supo estar a la altura del escenario que estábamos viviendo a nivel mundial: docentes, asistentes escolares y familias adecuándose contrarreloj a una demanda que exigía un desempeño estratégico de dimensiones titánicas”, enumera la docente.
Planificación de protocolos de intervención, creatividad, flexibilidad y justicia educativa jugaron un rol preponderante en aquel desafío asumido por todos los actores institucionales.
Hoy, al mirar hacia atrás, su mayor aprendizaje es la revalorización del rol docente. “Sabemos dónde empieza nuestra labor, pero nunca hasta dónde puede llegar a impactar”, reflexiona. La pandemia puso en evidencia las desigualdades educativas, pero también demostró la fortaleza de quienes sostienen la escuela desde adentro.
Para sus alumnos de aquel tiempo, su mensaje es de agradecimiento. “Gracias por la enseñanza compartida, por la fortaleza que demostraron sin saberlo. Aprendimos juntos a resistir y a seguir adelante”. Y para su equipo de trabajo, solo tiene palabras de admiración: “En los momentos más difíciles, fueron ellos quienes llevaron la escuela sobre sus espaldas”.
La pandemia fue un antes y un después en la educación. Pero Carolina y su equipo demostraron que, cuando todo tambalea, la escuela sigue siendo un pilar inquebrantable.
La pandemia dejó marcas en todos, pero hay quienes sintieron su impacto de manera devastadora. Romina Ábalos, artista y docente de arte, atravesó esos años en una lucha silenciosa y desgarradora. No solo tuvo que enfrentar el deterioro de su propia salud mental, sino también el de su hija menor, cuya crisis la arrastró a un camino de resiliencia.
Todo comenzó cuando su hija, una adolescente sociable y líder, comenzó a encerrarse. Se aislaba, lloraba sin consuelo y la angustia se volvía insoportable. La terapia inicial no fue suficiente y pronto llegó el diagnóstico, requería tratamiento psiquiátrico.
Desde entonces, su vida cambió. Sus pensamientos estaban absorbidos por el cuidado de su hija. No dormía, su mente estaba en constante estado de alerta y el agotamiento comenzó a pasarle factura.
“Empecé a olvidar cosas, traté mal a un alumno, casi choco dos veces con el auto que tuve que vender. Me di cuenta de que mi cabeza ya no estaba funcionando bien”, dice. Su psiquiatra fue tajante: necesitaba licencia médica y tratamiento. Ella se resistió, pero finalmente entendió que no podía seguir así.
Confinada en casa, Romina se enfrentó a otra pregunta: “¿Qué hago ahora?”. La respuesta vino del arte. Con madera reciclada y su creatividad, comenzó a tallar y pintar. “Fue mi terapia. Si no hacía algo con mis manos, me hundía”, cuenta.
El emprendimiento, que en un principio fue una vía de escape, la reconectó con su identidad como artista. Hoy no solo sigue creando, sino que volvió a exponer sus obras.
Su hija también encontró su camino de salida. Tras un largo proceso, terapia y medicación, comenzó a mejorar. La escritura se convirtió en su refugio. Al principio, sus textos estaban llenos de oscuridad, pero con el tiempo, su narrativa cambió. “Ahí supe que algo estaba cambiando”, dice Romina con emoción.
Sin embargo, la lucha no termina todavía. La crisis económica la obligó a reducir su medicación y su estado de salud sigue siendo frágil. “Mi cuerpo pasó factura. Me quebré el sacro, me operaron de las rodillas y tengo problemas en la columna. Pero sigo adelante. No me permito quedarme quieta”, afirma.
Para Romina, la pandemia fue un punto de quiebre, pero también de reconstrucción. Aprendió a ser flexible, a adaptarse a la nueva realidad de su hija y a reencontrarse consigo misma.
Su mensaje es claro: “Las madres debemos estar atentas, presentes, pero también debemos recordar quiénes somos. No somos solo madres, también somos mujeres. Y necesitamos proyectos que nos devuelvan a nosotras mismas”.
Hoy, Romina sigue luchando, creando y apostando por el arte como un puente entre el dolor y la esperanza. Porque, como ella misma dice, “siempre hay un camino de salida, solo hay que encontrarlo”.
Textos: Romina Elizalde
Fotos: Maiquel Torcatt
Interactivos: Jésica Oldani y Santiago Goris
Diseño: Piqui Gagliardi
Edición: Julieta Álvarez Arcaya