Aunque parece sencilla de preparar, lograr una textura suave y un sabor inigualable requiere de algunos secretos que marcan la diferencia.
Muchas veces, la salsa blanca puede quedar con grumos, demasiado líquida o sin el equilibrio de sabor adecuado. Para evitar estos errores y conseguir una salsa cremosa y deliciosa, es fundamental seguir ciertos pasos clave.
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La receta para una salsa blanca perfecta
Ingredientes:
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50 g de manteca
50 g de harina
500 ml de leche
Sal, pimienta y nuez moscada al gusto
Opcional: queso rallado, crema de leche o caldo para un toque especial
Preparación:
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En una olla a fuego medio, derretí la manteca sin dejar que se queme.
Agregá la harina y revolvé constantemente con un batidor de mano. Cociná durante 1 o 2 minutos para eliminar el sabor a crudo de la harina.
Sin dejar de batir, incorporá la leche en forma de hilo para evitar la formación de grumos.
Seguí batiendo hasta que la mezcla tome consistencia y adquiera una textura suave.
Agregá sal, pimienta y una pizca de nuez moscada. Si querés un sabor más intenso, podés incorporar queso rallado o una cucharada de crema de leche.
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El truco para lograr una salsa blanca perfecta.
Consejos para potenciar su sabor:
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Leche infusionada: Para darle un toque especial, calentar la leche previamente con una hoja de laurel, una ramita de tomillo o un diente de ajo, y luego colarla antes de incorporarla a la preparación.
Caldo en lugar de leche: Para una versión más ligera y con un matiz diferente, sustituir parte de la leche por caldo de pollo o verduras.
Textura ideal: Si la salsa queda demasiado espesa, agregar un poco más de leche caliente hasta obtener la consistencia deseada.