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Política Argentina | jóvenes | trabajo

Ser joven en Argentina: 6 de cada 10 trabajan como informales y son pobres

Las actividades con mayor precariedad son la construcción, donde 7 de cada 10 varones carecen de seguridad social. Para 8 de cada 10 mujeres, el peor empleo es el trabajo doméstico.

Dos aclaraciones preliminares: así como no hay un peronismo, un feminismo, ni un terraplanismo, tampoco ser joven significa una sola cosa, ni se agota en la definición de un solo agrupamiento. Si bien para las políticas públicas –que se nutren de recortes etarios para segmentar beneficiarios– “ser joven” implica tener entre 16 y 24 años, esa segmentación –según para qué tipo de mercadeo– puede variar bajando el piso (incluso de imputabilidad) hasta los 14 años y el techo hasta los 30/34 años (o más, para el mercado patológico de la pubertad perenne).

Para el mercado laboral (y las burocracias estatales que suelen preferir gabinetes de jóvenes en vez jóvenes en los gabinetes) el asunto está claro: ser joven está en los parámetros etarios que definimos al comienzo, pero la cosa se complica cuando observamos que la juventud reproduce discriminaciones e inequidades pre existentes y culturalmente consolidadas: podés tener entre 16 y 24 años, pero además ser varón o mujer, haber nacido en un hogar rico o pobre, en la ruralidad o en una metrópolis. Son “juventudes bien diferentes”.

Y he aquí un hallazgo de la vida real por sobre el marketing de la meritocracia y la juventud como panacea: ser joven no es una gran virtud ni un mérito que requiera ningún talento. Con nacer y crecer, pero no tanto, alcanza. Si se es joven, mujer, pobre, transgénero y, digamos, comunista, ya la juventud es un valor secundario y relativo a un menú de posiciones desfavorables.

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Aquí la juventud radicaría en la posibilidad –rebeldías mediante– de cuestionar los patrones de identificación material y cultural forjadas por cierta adultez burguesa, conservadora y mezquina. Pero puede salir mal y que en nombre de un supuesto recambio generacional (la ola de los sub 40, digamos), se ratifiquen los valores y las mañas de los que ceden el uso de las marcas tradicionales, sean comerciales, científicas o políticas.

El trabajo decente es cosa de grandes

El último informe del “Panorama de empleo asalariado informal y la pobreza laboral” del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP), reelabora una serie de datos provenientes del Indec y presenta algunas conclusiones sobre la realidad de los jóvenes en el mercado laboral.

Según el Instituto dependiente de la Universidad de Buenos Aires y el Conicet, la tasa de informalidad general del mercado laboral argentino era del 36,7% al tercer trimestre 2024. Es decir que casi 4 de cada 10 trabajadores laboran sin aportes jubilatorios, vacaciones, obra social, aguinaldo ni cobertura por accidentes laborales.

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Con la derogación de la moratoria previsional dispuesta por el gobierno, 9 de cada 10 mujeres no podrán jubilarse, muchas de ellas amas de casa sin aportes. Pasados los 65 años cobrarán un 20% menos que la mínima.

Con la derogación de la moratoria previsional dispuesta por el gobierno, 9 de cada 10 mujeres no podrán jubilarse, muchas de ellas amas de casa sin aportes. Pasados los 65 años cobrarán un 20% menos que la mínima.

En el caso del agrupamiento juvenil la tasa duplica la total del sistema, elevándose hasta el 64,3%. Esto es que 6 de cada 10 trabajadores jóvenes no poseen relación de dependencia formalizada con sus patrones. La abrumadora mayoría de ellos y ellas son además pobres, pues como dice el informe padecen “una penalidad salarial”. En promedio, esa penalidad es de -40,2%; es decir que si el salario formal promedio calculado oficialmente es de $640.470, un trabajador informal (jóvenes en su gran mayoría) con igual nivel educativo, calificación y puesto cobraría $383.000. Pero si además la precariedad laboral afecta a una mujer, el salario baja hasta los $363.851 (-5,2% promedio).

Esto no sólo garantiza salarios de indigencia o pobreza (que afectan al 58% de los informales totales), sino que dificulta enormemente una de las características que –según filósofos como Darío Sztajnszrajber– define indubitablemente a la juventud: “Ser joven es levantarse todos los días, sintiendo que todavía podemos proyectarnos hacia el futuro, sintiendo que el futuro me pertenece” o está al alcance de la mano la posibilidad de tomarlo. ¿Qué puede proyectarse, al menos materialmente y sin entrar en la dialéctica entre cultura y materialidad, con un salario de indigencia o pobreza? Vivir en estado de supervivencia diaria no permite proyectarse mucho que digamos.

Y si además viven en un hogar pobre, una realidad que afecta al 30% de los asalariados formales y al 70% de los informales, el contexto va a complicar aún más los niveles de incertidumbre sobre algún futuro; un futuro que el teórico conservador Esteban Bullrich –hoy reconocido por su lucha contra el ELA– prefiguró en 2017: “Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Pues bien, ese futuro parece haber llegado hace un rato.

En este sentido el informe recopila datos de informalidad laboral en un recorte temporal que abarca el período 2003-2023. Cuantificando aquellos trabajadores que según algunos siguen teniendo como “ideal aspiracional” al trabajo registrado, y según otros empiezan a disfrutar de la libertad y el placer de no saber cuándo ni cómo serán despedidos (¿será un telegrama, un mail, un mensaje de Whatsapp?).

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La conclusión es que en los últimos 15 años y después de que el primer ciclo kirchnerista bajara del 49,7% en que la habían dejado De la Rúa y Duhalde al 30%, el nivel de informalidad se mantuvo relativamente estable, en valores que se mueven entre el 32% y el 37%.

Desde la recuperación posterior a la pandemia, casi 7 de cada 10 nuevos empleos fueron de asalariados no registrados y cuentapropistas no profesionales: unos 2,4 millones de trabajos de mala calidad o reñidos con el concepto de trabajo decente. Incluso con leyes laborales y cierta actitud proactiva en términos inspectivos, el Frente de Todos no pudo generar sino empleos de mala calidad, para una tasa de desocupación (6,2%) que enorgullecería a cualquiera que no mire lo que hay adentro de cada dato.

Si antes estábamos en peligro de convertirnos en un país cínicamente dispuesto a soportar una pobreza estructural (inalterable y con informalidad incluida) del 30%, hoy promoviendo modalidades laborales precarias, premiando la no registración laboral y ampliando la jornada laboral hasta 12 horas –cuando se cumplen 106 años de la Semana Trágica, durante la cual lograr la jornada de 8 horas le costó la vida a 800 trabajadores y decenas de desaparecidos–, estamos a nada de convertirnos en un país en el que varios millones o una amplia mayoría, estaría dispuesta a soportar niveles de informalidad del 40%, con picos en trabajadores jóvenes del 60%.

Los jóvenes más viejos del mundo

Si bien el desarrollo evolutivo de los prejuicios sitúa su aparición en los 4 o 5 años, su refinamiento y consolidación se verifica con el correr de los años; así las cosas, hay quienes aseguran que uno tiene la edad de los prejuicios o valoraciones a priori que porta. La verdadera segmentación etaria sería algo así como “un día sos joven y al otro estás discriminando socialistas, judíos, negros o gays” o el no tan remanido “un día sos joven y al otro día estás pisoteando a cualquiera para amasar tu primer millón”.

El racismo biológico o ideológico (que incluye al religioso, por cierto), el dogma de fe que reemplaza al análisis racional e histórico, la homofobia y el materialismo como un absoluto indiscutible sin remordimientos, tienen mucho más de 100 sino miles de años. Es posible que, según este edadismo cultural, nos encontremos con fenómenos sorprendentes: ancianos de 20 y jóvenes de 60 años.

Con lo cual –nota para el extravío ideológico del peronismo santafesino y acaso para todos– quizás la solución no sería armar listas sólo teniendo en cuenta la tersa piel, sonrisas repletas de dientes de leche o DNIs que arranquen en los 30 y pico de millones. Sino las ideas y prejuicios que posean los y las aspirantes, las mecánicas de construcción política que ejecuten y propongan.

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Si defiende a los genocidas presos “por cuestiones humanitarias”, reivindica el anticomunismo de Joseph McCarthy o califica de patriota a un neonazi, qué edad tiene Lilia Lemoine? 90, 60 o 44 años?

Si defiende a los genocidas presos “por cuestiones humanitarias”, reivindica el anticomunismo de Joseph McCarthy o califica de patriota a un neonazi, qué edad tiene Lilia Lemoine? 90, 60 o 44 años?

Y hablando de jóvenes y viejos. Párrafo final para el bombazo que explotó en las redes y que no tuvo nada que ver con la basura revuelta de Wanda Nara y Mauro Icardi. Andy Chango renunció en vivo a uno de los cuatro canales de streaming más vistos por jóvenes y “adultescentes”. Lo hizo diciendo: “Hay contenidos e incontinencias y el streaming se basa en incontinencias, en decir hablar boludeces todo el tiempo. Y a mí me está doliendo, y como estoy grande (es decir joven), hice discos y me gusta el arte, en este momento renuncio. Blender, los amo, pero no puedo aguantar ni un segundo más así”.

Hablar boludeces todo el tiempo, sobre cualquier cosa, con o sin datos, con cierta gracia, velocidad y desparpajo, es el nuevo atajo, el novedoso patrón de identificación y consumo para los jóvenes que quieren pasar de informales y pobres a cuentapropistas prósperos, o hasta millonarios. Porque finalmente, ¿qué es ser joven hoy sino ser streamer? ¿O lo que es lo mismo decir –como asegura el mismísimo Guille Aquino– qué es ser joven sino una vulgar segmentación de mercado?