Pero en Alemania, nada menos que en Alemania, ha sucedido algo que desde el fin de la Segunda Guerra y hasta hace 10 años era impensable: el partido neonazi (ultraderechista es el eufemismo) “Alternativa para Alemania”, que debate públicamente el holocausto, ganó las elecciones parlamentarias del 23 de febrero pasado; posicionándola ahora mismo como segunda fuerza política en el país donde el nazismo gaseó a 6 millones de judíos, gitanos, homosexuales, mestizos y otros colectivos previamente deshumanizados.
Nota: Uno de los líderes de AFD, Björn Höke afirma hoy mismo que Alemania debe desarmar el Museo del Holocausto y terminar con la “política ridícula de lidiar con el pasado”.
El filósofo alemán (nunca nazi) Theodor Adorno, se preguntaba en 1966 si “se podía escribir poesía o filosofar después de Auschwitz”, si tal cosa era moralmente aceptable después de semejante horror. Durante casi 80 años se pudieron hacer ambas cosas, incluso en Alemania, donde además existe una ley que pena el negacionismo. Pero adaptemos un concepto elaborado por el colega Diego Genoud, hoy “la pasta base de la condición humana” tiene recursos y votos por millones, su escala es amenazadoramente global y muy pocos se atreven a señalarlo.
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Me gusta, no me gusta y me da lo mismo
La última encuesta de la consultora Latinobarómetro, creada y dirigida por la chilena Marta Lagos, realizó más de 19.000 entrevistas en 17 países (incluida la Argentina), financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo, entre muchos otros organismos iberoamericanos. Y concluye que en América Latina el 79% de los relevados está bastante o muy satisfecho con su vida, pero el 64% está profundamente insatisfecho con los servicios y bienes que les provee la democracia, y finalmente valoran éste como el mejor de los sistemas de gobierno en un 52%.
Cómo leer ese “triple empate”? Hay valoraciones contrapuestas entre sí, separadas por poco más de 10 puntos. Varias lecturas habilitadas: que sólo la mitad de los latinoamericanos (un continente que durante 30 años fue educado políticamente con dictaduras de variado pelaje) valore el voto universal y secreto, la delegación transitoria y controlada de poder popular, la separación y contrapeso de poderes del Estado, es preocupante y el síntoma de una época.
El desfase de 15 puntos entre la satisfacción vital y la calidad de vida que la democracia provee, sugieren el clásico inoxidable que reza “lo que tengo, me lo gané laburando, a mí no me ayudó ningún gobierno”. La suerte de las sociedades se percibe desvinculada del sistema político y sobre todo de si el gobierno es progresista o conservador, más o menos democrático o más o menos autoritario.
Los últimos resultados de esta encuesta fueron presentados en diciembre 2024, y los resultados para Argentina muestran un 75% de democracia en sangre, a casi un año del triunfo de Milei. El mismo presidente que respondió en campaña a la periodista Luciana Geuna que “el valor de la democracia es relativo”. Y recurrió a una serie de proposiciones lógicas aplicadas al análisis sociológico-político: el Teorema de Imposibilidad Arrow. Todo esto para decir que el presidente cree en la democracia agregativa (de los gustos individuales) y no en la justicia social.
El dato más preocupante de Latinobarómetro es que el 25% de los casi 20 mil encuestados les da lo mismo si el gobierno es democrático o autoritario y el 53% cree que un gobierno no democrático bien podría resolverles sus problemas esenciales: trabajo, vivienda, salud, educación y seguridad.
La directora de Latinobarómetro muestra su preocupación sobre algunos datos de la encuesta: “La mayor debilidad de la democracia latinoamericana es que grandes minorías -en promedio- consideran que no necesitan partidos políticos (42%), parlamento (39%), ni oposición (37%)". Obsérvese el tenue declive de lo que Lagos define con una aparente contradicción (grandes minorías), y compárese con la práctica política de algunos líderes ultraderechistas latinoamericanos. Datazos de alerta para quienes hoy creen haber llegado a alguna parte por integrar listas de convencionales constituyentes o pugnan por obtener escaños legislativos nacionales o subnacionales.
Otro dato para las agendas proselitistas, en el que Argentina se asimila a las cifras del promedio latinoamericano: la primera preocupación es la economía (42%), el segundo es la seguridad (22%).
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Cinco meses antes de la publicación de los últimos resultados de Latinobarómetro (diciembre 2024), el observatorio Pulsar de la Universidad de Buenos Aires presentó un sondeo de 1.250 ciudadanos argentinos que se identificaban en sus simpatías político-partidarias. Y la cantidad de votantes libertarios que creían en la democracia alcanzó al 70%, una cifra levemente más baja que la que registra la encuestadora chilena para el total país, pero muy alta para la baja estima relativa que el presidente tiene del sistema que lo llevó al cargo de máxima responsabilidad institucional. Son los adultos mayores argentinos, acaso los que más precisan los servicios sociales del Estado, los que muestran el reconocimiento más bajo, con casi un 60%.
El balance para el total de los consultados es que 8 de cada 10 consultados prefieren vivir en democracia plena, lo que nos sitúa muy por encima del promedio latinoamericano, medido contra cualquier otro país del continente.
Pero hace unas horas, el semanario inglés The Economist, publicó otro relevamiento que completa el abordaje de esta nota. No ya para saber cuánta democracia en sangre tienen los latinoamericanos o los argentinos, sino cuántas -plenas, defectuosas o híbridas- existen realmente en el mundo. El “Índice The Economist” (IDD) releva cuántos países del globo poseen regímenes democráticos, de qué calidad y establece una puntuación en base a indicadores definidos por su Unidad de Inteligencia.
La conclusión más general es que, pese a que 2024 fue un año récord en elecciones libres, el IDD bajó en términos interanuales (0.5%) y registró el valor más bajo desde que se publica, que fue en 2006.
Hasta el año pasado, el 45% de la población mundial vive en democracias, el 39% bajo regímenes autoritarios y un 15% en sistemas híbridos (en donde se combinan elementos democráticos formales, con modalidades de gestión autoritarias y restricciones de libertades individuales y colectivas).
Dentro de los países en donde los gobiernos se eligen por voto universal y secreto, que poseen controles cruzados de poder, 25 países fueron identificados como democracias plenas (Noruega, Nueva Zelanda, Suecia, Suiza e Islandia, por ejemplo) y 46 como democracias defectuosas. EE.UU. y Argentina han quedado en este último lote.
Según The Economist, “el retroceso del IDD en 2024 no fue impulsado por la caída de gobiernos democráticos sino por un agravamiento de los rasgos autoritarios de regímenes democráticos que revierten reformas inclusivas y ampliatorias de derechos, que han reforzado el control y reprimen con mayor dureza cualquier disidencia”. La asociación con la realidad se cuenta sola.
Pero por qué las democracias se debilitan o se vacían de sentido de esa forma? Por qué el liberalismo burgués con inclusión económica y social pierden estima popular?
Tres respuestas posibles y generales:
- Porque finalmente no incluyen ni económica ni socialmente a las mayorías a las que les prometen reformas progresistas y les imponen candidatos de derecha.
- Porque vivir en democracia durante décadas no fortifica el sistema por inercia; con y sin batalla cultural, si la democracia es un método de gobernabilidad se juzga como todo método: por sus resultados. Y también por la consistencia de sus discursos: si no cumplo lo que prometo, si la justicia social es un slogan de campaña y luego una farsa, mejor votar a los que no mienten. Por ultras que sean.
- Y porque estamos en una extraña Era del Pudor o la negación, en la que si alguien opina como nazi, actúa como nazi y saluda como nazi…no es nazi.
Punto para la odiocracia, para la castocracia, para la oligocracia. Y entonces la gran pregunta: podrá la democracia sobrevivir a la ultraderecha? Será el Siglo XXI el que la termine de sepultar? Ampliaremos.