En Rosario, que está en el foco de las preocupaciones por la historia de la última década, atravesada por sangre y muerte, la baja de los asesinatos fue del 64,7 por ciento. En la capital provincial, del 44,1.
¿Por qué era difícil de imaginar este escenario? Por una simple razón: la experiencia mostraba que desde los últimos doce años, con algunos intervalos como en 2017, los homicidios se habían mantenido en un nivel impensable para la Argentina. La tasa de asesinatos de Rosario llegó a cuadriplicar la media nacional.
Desde la gestión de Antonio Bonfatti en adelante nadie había acertado, ni el propio Maximiliano Pullaro cuando estuvo al frente de la cartera de Seguridad durante la gestión de Miguel Lifschitz. Porque sólo en 2017 se notó un descenso importante al llegar a 165 crímenes.
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Al año siguiente la estadística volvió a subir y alcanzó los 204 asesinatos. Según un estudio de opinión realizado por la consultora Innova en octubre pasado, el 70 por ciento de la población considera que mejoró la seguridad, mientras que un 17 por ciento advierte que empeoró.
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Maximiliano Pullaro y Patricia Bullrich coordinaron acciones para mejorar las condiciones de seguridad en la provincia de Santa Fe.
Por qué se logró la baja de homicidios en Rosario
La baja de la violencia es el mayor logro de Pullaro en materia de seguridad, sobre todo en Rosario. Cómo se llegó a ese escenario es algo que tiene distintas miradas, algunas con fuertes críticas contra el gobierno. La hipótesis de un supuesto pacto con “sectores” del crimen organizado, en el que no se identifican a los actores que lo suscriben, está más cercano a un comentario circunstancial que a un argumento. Nadie puede explicar con certeza ese posible acuerdo.
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Una de las medidas clave para bajar los homicidios en Rosario fue el endurecimiento de controles en las cárceles de la provincia de Santa Fe.
En el gobierno exponen una serie de cambios de fondo que se implementaron desde diciembre pasado que incidieron, según observan, en la baja de la violencia en las calles. Una es la política penitenciaria, que generó una fuerte resistencia, sobre todo en los primeros meses, de los grupos criminales. El descontrol que había en las cárceles se ordenó, a partir de restricciones y mayores controles a los presos de alto perfil, confinados en pabellones especiales. El calabozo home office se terminó. En ese sector no es sencillo ingresar un teléfono celular. O cuesta mucho más caro que antes entrarlo a la cárcel, y pocos pueden pagarlo.
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El otro punto es la mejora del patrullaje en las calles de Rosario. De 12 patrulleros que estaban operativos en diciembre pasado lograron poner en circulación más de 200. El cambio se ve a simple vista si uno recorre Rosario. La mayor presencia de las fuerzas de seguridad, a las que se suma el despliegue en cuatro zonas de los agentes federales, trajo aparejada una contraindicación, un excesivo empoderamiento de la policía. Algunos episodios aislados mostraron que difuminar los límites puede ser un riesgo con una policía que enfrenta problemas de capacitación y altos niveles de corrupción.
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En Rosario se pasó de 12 patrulleros en calle, en diciembre de 2023, a 200 móviles en la actualidad.
Otro punto central para analizar la baja de la violencia pasa por la desfederalización de la persecución del narcomenudeo. Esa política, con la ley que se aprobó hace casi un año, está centrada en golpear contra puntos donde se vende droga, pero están atravesados por tramas de violencia que afectan el entorno.
No existe más el búnker, sino que las estrategias de venta de drogas se volvieron más “inteligentes”, sin dejar expuesto el contexto, como ocurría antes. Ese “ordenamiento” del territorio fue clave para que bajara la violencia que se manifestaba por la disputa entre bandas por un botín de pocas cuadras. La policía retomó el control de la calle que lo había perdido.
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Lo que empieza a verse sobre la superficie es que el impacto de los crímenes no es por la cantidad, sino por quiénes son las víctimas. En marzo pasado, cuando el gobierno de Pullaro enfrentó la peor crisis desde que asumió, quedó expuesto ese esquema de buscar generar terror con la muerte de trabajadores elegidos al azar.
El gobierno, tanto nacional como provincial, lo definieron como acciones narcoterroristas, un rótulo que cada tanto reaparece para designar acciones de grupos criminales. En el gobierno siguen pensando que detrás de esta cadena de episodios estuvo Esteban Alvarado, uno de los personajes clave en el mundo narco, junto con su enemigo Máximo Ariel Guille Cantero.
VIDEO AMENAZAS PATRICIA BULLRICH MAXIMILIANO PULLARO
Hace días se conoció un video de supuestos narcos amenazando al gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, y a la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich.
Bajo la superficie empieza a aparecer que el problema del narcotráfico en la zona de Rosario no pasará por la repetición de asesinatos que provocaban pánico en los barrios de la ciudad, sino por grupos criminales más fortalecidos que no usan la violencia para dirimir sus negocios.
Quizá los protagonistas de esta nueva etapa no sean quienes dominaron la venta de drogas durante la última década y media, como Alvarado y Cantero, sino otras bandas más sofisticas, cuyos negocios son más redituables que el narcomenudeo.
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En el horizonte aparece Fabián Pelozo, exempleado de Alvarado. Como un jugador importante, exhibe vínculos internacionales y una logística más diversificada, que incluye la hidrovía. Algunos fiscales en Buenos Aires lo observan como el líder del primer cartel narco rosarino.
Con una reminiscencia del pasado, el asesinato de Andrés Pillín Bracamonte, exjefe de la barrabrava de Rosario Central, muestra también una especie de reacomodamiento generacional en sectores oscuros con fuertes intereses.
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Pillín, el hombre que había liderado la tribuna durante más de 20 años, que parecía que nadie lo podía destronar, fue asesinado a cuatro cuadras del Gigante de Arroyito y donde se encontraba la barra canalla. Este homicidio emblemático mostró que por ahora otro factor que reordena el mundo criminal siguen siendo las balas y la sangre. Eso seguirá siendo un riesgo para el gobierno. En el entorno de Pullaro lo saben.