El 9 de octubre de 1958, el papa Pío XII murió tras sufrir dos derrames cerebrales. Pero lo que debería haber sido un funeral solemne se convirtió en uno de los episodios más escandalosos y traumáticos de la historia del Vaticano: su cuerpo explotó durante el velorio.
El responsable del desastre fue el doctor Riccardo Galeazzi-Lisi, médico personal del Sumo Pontífice, quien decidió aplicar un método insólito para preservar el cadáver, sin tener conocimientos adecuados de embalsamamiento.
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Según los registros históricos, Galeazzi-Lisi impregnó el cuerpo con aceites y lo envolvió en celofán, sin usar técnicas básicas para evitar la descomposición.
La combinación de altas temperaturas en Roma, falta de refrigeración y una mala conservación provocó una acumulación de gases en el interior del cuerpo. Cuatro días después de la muerte de Pío XII, cuando intentaron retirar el envoltorio, el cadáver estalló.
La piel del Papa se había tornado verdosa, perdió la nariz y los dedos, y el hedor era tan insoportable que los guardias suizos se desmayaban y debían ser reemplazados cada 15 minutos.
El escándalo fue tal que el Vaticano expulsó de inmediato al médico, quien también fue apartado de toda función sanitaria en la Santa Sede. Sin embargo, Galeazzi-Lisi intentó justificarse públicamente: “Tengo plena tranquilidad. No he traicionado ningún secreto profesional. El secreto termina con la muerte del paciente”, declaró.