La X Vuelta de Olavarría se disputó el domingo 3 de marzo de 1963 y, quien hasta ese momento sumaba nueve títulos de la categoría en su haber, había participado cuatro veces de esta competencia: abandonó en 1950, se impuso en 1954, abandonó en 1958, y arribó segundo en 1960. La prueba de ese año se desarrolló en un circuito mixto de 166 kilómetros, con 58 de pavimento y 108 de tierra, que los pilotos debían recorrer cuatro veces, hasta completar 645 kilómetros.
El nueve veces campeón, junto con su acompañante, Raúl Alejo Cottet, fue de la partida de la primera fecha de la temporada 1963 al mando de su cupé Ford V8 modelo 1939, de 3600cc, 170 HP a 5000 rpm, y que orillaba los 190 km/h en las rectas asfaltadas. Su gran rival sería Dante Emiliozzi (nacido en la Capital Federal pero, desde muy pequeño, radicado en Olavarría) quien, con su hermano Torcuato, y con la cupé Ford conocida como La Galera, había logrado el año anterior su primer título en el Turismo Carretera.
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Juan (derecha) debutó como acompañante de Oscar (izquierda) el 2 de diciembre de 1937 en las Mil Millas, y se inscribió con el seudónimo Cito para que sus padres no supieran que participaría en la prueba. Arribaron en el cuarto puesto y, don Marcelino, que había ido a presenciar la llegada de los competidores en Morón, se llevó una gran sorpresa al ver descender del Ford V8 a sus hijos.
La noche anterior había llovido copiosamente, pero el nueve veces campeón no estaba preocupado: sabía bien que, en el barro –y a pura muñeca–, podía superar a los Emiliozzi, ya que en el asfalto las velocidades máximas de ambas cupé Ford eran muy similares.
Pero, ese domingo, amaneció soleado y ventoso. Como siempre, el nueve veces campeón firmó innumerables autógrafos antes de largar y, tras los dos primeros giros, se acercaba cada vez más a los Emiliozzi, quienes lideraban la carrera.
En la tercera vuelta, llegó a la curva del Penal de Sierra Chica y, a lo lejos, divisó a La Galera. El asfalto quedo rápidamente atrás y, ya sobre el camino de tierra, en plena persecución de los hermanos anfitriones, ingresó a casi 180 km/h en una zona de curva y contracurva conocida como la “S” del Camino de los Chilenos (que en la actualidad ya no existe), a unos 35 kilómetros de Olavarría, y que no estaba en buenas condiciones debido a la lluvia de la noche anterior y el barro que todavía no se había secado.
Pero la caja de cambios nueva que había montado en su cupé Ford azul y roja N° 5 estaba fallando y, por eso, la tragedia dio el presente. “Quiso poner la 2ª (marcha), pero no entró; insistió dos veces y nada. Entonces optó por volver a la 3ª, pero el auto quedó muerto, sin tracción ni agarre; había una zanja y se clavó de punta del lado izquierdo. Empezaron los tumbos, cinco o seis, que no terminaban nunca…”, recordaría Raúl Cottet.
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Juan Gálvez debutó como piloto en las Mil Millas de 1941, acompañado por Augusto López (foto). Fue el 13 de diciembre, con recorrido Bernal-Bahía Blanca-Bernal, donde se llevó la 2ª y última etapa y escoltó al ganador, Juan Manuel Fangio quien, con su Chevrolet Master, ese año lograría su segundo título consecutivo en el Turismo Carretera.
En el primer tumbo, el Ford se elevó unos 5 metros y, el cuerpo del nueve veces campeón –que, años antes, tras ver morir quemado a un colega que no pudo abandonar rápidamente su auto, comenzó a correr sin utilizar el cinturón de seguridad y no trababa su puerta–, fue violentamente despedido del habitáculo.
Cayó de cara al cielo, mientras que Cottet, a 15 metros de él, quedó boca abajo, sobre unos pastizales, inconsciente pero, excepto algunos pocos magullones, resultaría increíblemente ileso.
El nueve veces campeón solo presentaba un leve hematoma en el pómulo izquierdo, pero se había fracturado la base del cráneo. Eran las 12.38 y, así, Juan Gálvez, monarca del Turismo Carretera en 1949, 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960, y que hasta este fatídico día, había logrado 56 victorias en la categoría –ambos récords aún imbatidos–, se había convertido en leyenda 17 días después de haber cumplido 47 años.
Lo conocían como Juancito
Juan Gálvez nació en el barrio porteño de La Paternal el 14 de febrero de 1916. Fue el cuarto hijo de Marcelino Gálvez y María Orlando y, sus hermanos, fueron Marcelino (nacido en 1908), Alejandro (1912), Oscar Alfredo (1913), y Roberto (1922).
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Durante toda su trayectoria, Juan Gálvez compitió con un Ford V8 que él mismo armó hasta el último tornillo. Entre sus 56 victorias, se impuso en tres ediciones de las extenuantes Mil Millas: en 1949 y 1951 (acompañado por su hermano menor, Roberto), y en 1960 (por Raúl Cottet).
Como muchos jóvenes de la época, los hermanos Gálvez se sintieron atraídos por las incipientes competencias automovilísticas, pero solo Oscar y Juan comenzaron a preparar y conducir sus propios vehículos aplicando los invalorables conocimientos obtenidos en el taller mecánico de su padre, ubicado en Avenida San Martín y Galicia, en La Paternal.
Esto sería fundamental ya que, en esos tiempos, los pilotos-mecánicos (como se los conocía a los que armaban sus propias máquinas y después las conducían a fondo por muy difíciles caminos del país, y hasta de Sudamérica), eran los que metían mano en sus coches para tratar de solucionar las fallas, roturas o cualquier otro inconveniente que se les presentara en medio de la nada… ¡Ah! Y, ni por asomo, con la tecnología y las medidas de seguridad actuales.
Juan comenzó a correr como acompañante de Oscar. Fue el 2 de diciembre de 1937 en la primera edición de las Mil Millas, y se inscribió con el seudónimo Cito (que es el apócope de Juancito, como lo llamaban en su hogar y como se lo conocería a lo largo de su trayectoria) para que sus padres no lo supieran.
Arribaron en el cuarto puesto y, don Marcelino, que había ido a presenciar la llegada de los competidores en Morón, se llevó una gran sorpresa al ver descender del Ford V8 a sus hijos.
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La imagen refleja lo que se repitió 56 veces en su brillante trayectoria: Juan Gálvez cruzando la meta triunfal, y ovacionado por quienes seguían las pruebas al costado de los caminos. La foto es del 26 de junio de 1960 –temporada en la que conquistaría su noveno título en el TC–, cuando ganó la Vuelta de Rojas, Buenos Aires.
Años después, esta extenuante prueba sería ganada por Juan en tres ocasiones y, siempre, al volante de un Ford V8: en 1949 y 1951 (acompañado por su hermano menor, Roberto), y en 1960 (por Raúl Cottet).
Continuó con su hermano Oscar Alfredo –quien pasaría a la historia con el apodo de El Aguilucho– y, su debut como piloto (y acompañado por Augusto López) se produjo el 13 de diciembre de 1941, en las Mil Millas (con recorrido Bernal-Bahía Blanca-Bernal), donde se llevó la 2ª y última etapa y escoltó al ganador, el balcarceño Juan Manuel Fangio quien, con su Chevrolet Master, lograría ese año su segundo título consecutivo en el Turismo Carretera.
Además de López, los otros cinco acompañantes de Juan en los años en los que corrió serían José Basanta (1947), su hermano Roberto(en 1947, y de 1949 a 1952), Desiderio Ávila(en 1948), Juan Carlos Perna (de 1952 a 1958), y Raúl Cottet (de 1958 a 1963).
El 2 de abril de 1942 escoltó nuevamente al Chueco, esta vez en la Mar y Sierras, que era una competencia con largada y llegada en Mar del Plata, y que atravesaba Villa Gesell, Ayacucho, Balcarce, Tandil, Coronel Pringles, Energía y Necochea, con un recorrido total de 934 kilómetros.
Luego llegó el receso obligado por la Segunda Guerra Mundial y, en 1948, participó de seis pruebas, donde su mejor resultado fue el tercer puesto en el Gran Premio de la América del Sur (la Buenos Aires-Caracas), que se compuso de 14 etapas (de las que ganó cinco) a lo largo de seis países.
Sus nueve coronas del TC
La primera victoria de Juan –de las 56 que obtendría en el TC– llegó el 20 de febrero de 1949, en la I Vuelta de Santa Fe, con largada y llegada en Venado Tuerto, y que fue la 2ª fecha de la temporada, donde se ceñiría la primera de sus nueve coronas en la categoría.
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A la última foto con vida de Juan Gálvez la tomó don Ricardo Alfieri, de la revista El Gráfico. El nueve veces campeón había firmado autógrafos y, luego, se dirigiría a la zona de largada de la X Vuelta de Olavarría. Poco más de dos horas y media después, se convertiría en leyenda.
Ese año, Gálvez ganó cuatro carreras más (de las 13 que componían el calendario): Mar y Sierras, Vuelta de La Pampa y Vuelta de Entre Ríos, y el Gran Premio Argentino.
Su excelencia al volante lo llevaría a alzarse con otros ocho títulos: en 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960, y ser subcampeón en 1941 (de Juan Manuel Fangio), 1953 y 1954 (de su hermano Oscar Alfredo), y 1959 (de Rodolfo de Álzaga).
Es decir, durante 12 temporadas consecutivas, Juan se ubicó en el primer o segundo lugar de cada certamen, que lo convierte en un campeonísimo irrepetible.
El 1 de diciembre de 1960 y, mientras disputaba en Gran Premio Argentino, volcó a casi 160 km/h en Pinzón, en las cercanías de Pergamino: sufrió lesiones en una cervical y se fracturó una clavícula, y recién reaparecería el 6 de diciembre de 1961, en la misma competencia que, al igual que la del año anterior, ganó su hermano Oscar Alfredo.
A la 56ª y última victoria la logró el 17 de junio de 1962, en la IV Vuelta de Laboulaye, Córdoba, la 10ª fecha de la temporada, en la que Dante Emiliozzi se consagró campeón del TC por primera vez.
Su adiós, e incomparable legado
Tras el vuelco fatal, que se produjo en la estancia San José, propiedad de Leonor Aramburu de Zabaleta, el Cessna desde donde un joven Julio Ricardo narraba la carrera para radio Libertad –integrando el equipo de transmisiones automovilísticas que encabezaba el recordado Luis Elías Sojit– aterrizó cerca el lugar del accidente y, luego de retirar los equipos que se utilizaban para relatar la prueba, y que ocupaban casi todo el espacio del avión, cargó el cuerpo de Gálvez y lo evacuó hacia Olavarría.
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El vuelco se produjo a las 12.38 del domingo 3 de marzo de 1963 en la “S” del Camino de los Chilenos. En el primer tumbo, el Ford se elevó unos 5 metros y, el cuerpo de Gálvez –que, años antes, tras ver morir quemado a un colega que no pudo abandonar rápidamente su auto, corría sin utilizar el cinturón de seguridad y no trababa su puerta–, fue violentamente despedido del habitáculo. Juan se fracturó la base del cráneo, y murió en el acto.
Pero, desafortunadamente, no había nada que hacer…
Los Emiliozzi ganaron esta carrera y se quedaron con la Copa Challenger, por imponerse cuatro veces al hilo en la Vuelta de Olavarría (1960, 1961, 1962 y 1963). Asimismo y, junto con el certamen de 1962, Dante también se llevaría la corona del TC en 1963, 1964 y 1965.
El “Ha muerto Juan Gálvez” que, poco después, informaron las radios que seguían la carrera, fue una bomba que detonó en el corazón de todos los fierreros. Todo un país lo admiraba, respetaba e idolatraba por su pulcro estilo de manejo, su frialdad al volante, y el cuidado que le brindaba al Ford que había armado hasta el último tornillo.
Su sepelio fue multitudinario y, tras el responso oficiado en la iglesia de San José de Flores de la Capital Federal, el cortejo se dirigió al cementerio de La Chacarita, donde descansan sus restos.
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Así reflejó la revista Goles, en su número 762, la trágica desaparición del piloto más ganador de la historia del TC. Su muerte fue una bomba que detonó en el corazón de todos los fierreros, ya que todo un país lo admiraba, respetaba e idolatraba.
A la izquierda de su tumba, sería sepultado su hermano Oscar Alfredo, quien falleció el 16 de diciembre de 1989 y, a su derecha, descansa Raúl Cottet, que murió el 25 de junio de 2008.
¿Y cómo era Juan Gálvez? Rara vez elevaba el tono de voz –todo lo contrario del verborrágico Oscar Alfredo–; de trato agradable, con su humildad marca registrada (habiendo ganado todo, jamás se enfermó de importancia), lucía su cabello perfectamente peinado a la gomina, su sonrisa era su mejor carta de presentación y, además, nunca entró en polémicas ni le faltó el respeto a un colega, aspectos que hoy, más de uno debería imitar.
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El sepelio de Juan Gálvez fue multitudinario y, tras el responso oficiado en la iglesia de San José de Flores de la Capital Federal, el cortejo se dirigió al cementerio de La Chacarita, donde descansan sus restos.
Su táctica en las carreras se apoyaba en su inmenso talento conductivo (por caso, dio cátedra de cómo manejar en el barro), al que le sumaba su fina intuición: “No necesito radio. Cuando estoy primero en la ruta y la gente se sorprende al aparecer mi máquina, sé que nadie me esperaba aún y que, por consiguiente, llevo mucha ventaja al segundo. Si, en cambio, voy corriendo desde atrás, observo el comportamiento del público, su vitoreo o su indiferencia, para formarme una idea concreta de cómo estoy colocado. Observo las huellas o las polvaredas que pueden estar levantando mis rivales y me oriento perfectamente bien…”, reveló.
Como mecánico, llegó a cambiar las bielas de su Ford en ¡42 minutos! Fue en 1959, en el Gran Premio que ganó Rodolfo de Álzaga, campeón del TC de ese año, escoltado por Juan.
Sus nueve coronas y sus 56 triunfos sobre 144 carreras (con un récord no superado del 38,8 % de efectividad) permanecen en lo más alto de las estadísticas del TC.
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Nueve meses después de su muerte, se erigió un monolito en el lugar donde Gálvez perdió la vida. Es de granito, pesa unas cinco toneladas, y se ubica en la estancia San José, propiedad de Leonor Aramburu de Zabaleta. En la construcción de la obra participó activamente Benjamín Corsi, íntimo amigo y auxilio de Juan en las rutas durante muchos años.
Lo siguen el saltense Guillermo Javier Ortelli, con siete títulos; el ramallense Juan María Traverso, con seis, y Oscar Alfredo, con cinco (se coronó en 1947, 1948, 1953, 1954 y 1961). Es decir, los hermanos Gálvez se adueñaron de ¡14 campeonatos! de la categoría. Entre incontables homenajes, el autódromo de la ciudad de Buenos Aires lleva sus nombres.
En el rubro triunfos, Juan es escoltado por los bonaerenses Roberto José Mouras, con 50, y Traverso, con 46; su hermano Oscar Alfredo, con 43, y Dante Emiliozzi, con 42.
Asimismo, la Fundación Konex le otorgó en 1980 un Diploma al Mérito al distinguirlo como uno de los mejores automovilistas argentinos de todos los tiempos, junto con Juan Manuel Fangio, cinco veces campeón mundial de la Fórmula 1.
“Esta es mi profesión. Mi trabajo. Correr exige un total dominio de uno mismo. Un estado físico perfecto. La menor falla en los reflejos puede ser una catástrofe…”, admitió una vez. Así, una inmensa conjunción de virtudes a la hora de conducir un auto de carreras posibilitaron que Juan Gálvez –cuyo recuerdo se agiganta cada vez más– se convirtiera en el más ganador y el dueño absoluto de todos los récords del Turismo Carretera los cuales, a la fecha, permanecen inalterables.
E inalcanzables.
Descansá en paz, Juan. Con tu infinito talento, siempre aceleraste hacia la eternidad, a la que entraste hace hoy 62 años.