La mujer era Geneviève Jeanningros, una religiosa francesa de 81 años con un lazo íntimo con el Sumo Pontífice. Con una mochila sobre sus hombros y el rostro cargado de emoción, Jeanningros rompió la rigidez del acto protocolar con un gesto profundo, humano.
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Su llanto, respetuoso y silencioso, no fue interrumpido por nadie. Aquella imagen conmovió tanto a los presentes como a quienes la vieron en las transmisiones internacionales.
Jeanningros no es una figura cualquiera. Conocida por su incansable trabajo pastoral en las periferias de Roma, la religiosa lleva más de cinco décadas acompañando a mujeres trans, feriantes y artistas circenses. Fue ella quien acercó al papa Francisco a la comunidad LGBT+ durante las audiencias de los miércoles, cuando solía llevar pequeños grupos al Vaticano.
El Papa la llamaba afectuosamente “la enfant terrible”. Su vínculo no era solo espiritual: era una amistad construida en la calle, en los márgenes, en la compasión. Durante la pandemia, junto al cardenal Konrad Krajewski, trabajaron codo a codo en la asistencia a personas en situación de extrema vulnerabilidad.
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Geneviève Jeanningros, amiga del Papa y sobrina de una monja desaparecida en la dictadura, despidió a Francisco entre lágrimas.
Incluso logró que Francisco visitara el parque de atracciones de Ostia en 2024, donde bendijo una imagen de la Virgen protectora del circo y el espectáculo ambulante.
La historia de Geneviève también está atravesada por el dolor. Es sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas francesas secuestradas y desaparecidas en Argentina durante la última dictadura militar. En 2011, Jeanningros declaró en los juicios por delitos de lesa humanidad en Comodoro Py, que culminaron con la condena de Alfredo Astiz.