“Yo tenía 16 años cuando llegó el padre Jorge Mario. Él apenas 10 años más que nosotros. No era ese profesor viejo y distante, era casi uno más. Y eso generó una cercanía especial, un vínculo que hoy se termina con esta noticia”, le contó Candioti a Luis Mino en el programa Ahora Vengo.
Al hablar de los últimos días del pontífice, Candioti no oculta su sorpresa: “Lo vi muy deteriorado. Le costó mucho oficiar el Domingo de Pascua. No imaginé que el final estuviera tan cerca”.
Un joven maestro con alma de actor
Bergoglio llegó a Santa Fe desde una familia italiana, con un fuerte arraigo cultural, y se insertó en una ciudad muy distinta a la actual. “Era la Santa Fe de los años 60, una ciudad industrial y cultural, conocida como la Atenas argentina. En ese contexto aparece este joven jesuita que se pasó un verano entero estudiando para enseñarnos literatura española. Nos hizo enamorar de lo que enseñaba”, recuerda.
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Pero más allá de su formación, lo que lo distinguía era su carisma. “Era seductor, teatral, humilde, pícaro y muy futbolero. Tenía un magnetismo especial, algo que no se aprende. En el aula, se notaba esa capacidad para conectar. Usaba el atril, sí, pero no para alejarse: lo usaba como si estuviera en un escenario, dándole vida a lo que decía”.
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Jorge Bergoglio sentado en la cena de fin de año en el Colegio Inmaculada, cuando era maestrillo.
Carlos Minatti.
El fútbol como puente
Fanático de San Lorenzo, Bergoglio usaba el fútbol para romper barreras. “Un día me dijo: ‘Si llegan a subir al Gasómetro, los vamos a golear. Hacete de San Lorenzo’. Me lo dijo con esa picardía que tenía, medio en broma, medio en serio. Y así fue: Colón subió y lo goleó San Lorenzo. Me felicitó con una sonrisa enorme”.
Esa complicidad no se limitaba al deporte. También sabía cómo marcar límites con humor. Candioti recuerda una vez en la que discutieron por un tema de clase. Como respuesta, Bergoglio le dio una tarea monumental: leer y fichar Las sandalias del pescador y Sobre héroes y tumbas. “Estuve cuatro días con eso. Cuando terminé y se lo entregué, me preguntó: ‘¿Te lo tomaste en serio?’. Me quería morir. Tenía ese humor filoso, pero formador”.
Un vínculo que no se rompió
Durante su tiempo en el colegio, Bergoglio estaba a cargo de los alumnos de 4° y 5° año. Era guía, contención y, muchas veces, un segundo padre para chicos que venían de distintos puntos del país. “Convivíamos casi todos los días. De lunes a sábado teníamos clases, los domingos misa, y por las noches nos encontrábamos una hora en el convictorio para estudiar. Ahí también aprovechaba para hablar con nosotros, escuchar, acompañar”.
Esa cercanía, dice Candioti, fue una constante incluso décadas después. En 2010, cuando la promoción de exalumnos cumplió 45 años, lograron reunirse con Bergoglio en Buenos Aires, poco antes de que él cumpliera 75. “Ofició una misa para nosotros y pidió orar por los compañeros fallecidos. Los nombró uno por uno, con detalles. No sé cómo hizo. Tenía una memoria de elefante”.
Un Papa diferente
En 2013, apenas nombrado Papa, Candioti logró visitarlo en el Vaticano. “Fue toda una odisea. A través del embajador argentino y algunos contactos con jesuitas, conseguimos una audiencia. Lo vimos en el Ángelus y ya se notaba que era distinto. Tenía esa energía latina, cercana, popular. No era europeo, era un Papa argentino, y eso se notaba en todo”.
Cuando se le pregunta si ese “maestrillo cercano” definió también su pontificado, Candioti no duda: “Totalmente. Su legado es una Iglesia presente, que se acerca al que sufre, al que queda al margen. Fue un Papa que no negó la historia, pero que la complementó con una mirada nueva, desde el sur del mundo. Esa es la marca que deja Francisco”.